Ciertamente, vivo más de noche que de día, y es algo que a veces odio y que
otras tantas me encanta. No me gusta porque lo poco que duermo son “horas
perdidas”, por las regañinas de regular los horarios de sueño, por sentir que
no aprovecho el día al completo, por lo horrible de no poder conciliar el sueño
a veces. Sin embargo, disfruto de la tranquilidad de que nadie me interrumpa,
de poder hacer lo que me plazca, de la temperatura baja que hay al caer la
oscuridad, de toda la libertad posible incluso de ahogarme en mis propios
sentimientos.
Lo odio porque no puedo dormir, pero lo adoro porque la falta de sueño, a
veces, me da pie para poder suplirla con la creatividad y tener horas extra
para poder plasmar mis ideas sobre un papel.
Asusta mucho enfrentarse a una hoja completamente en blanco, pero el miedo
va desapareciendo en cuanto cojo el lápiz e, inconscientemente, voy dibujando
sobre ella, como si lo que estuviera trazando estuviera ya previamente ahí, como si siempre hubiera estado esperando a que
yo llegara para poder mostrárselo al mundo.
Curiosamente, esto suele suceder durante esas horas de crepúsculo y, cuando
ocurre, es lo más maravilloso del mundo. Incluso aunque haya pasado mucho
tiempo y me sienta perdida, es algo que tarde o temprano siempre vuelve a mí y
me hace sentir más yo que nunca. Quizá pueda resultar difícil de comprender, o
tal vez no.
La inspiración es traviesa, inesperada, intermitente. Siempre nos pilla por
sorpresa, pero es similar a cuando ves a un viejo amigo, la recibes con cariño y “charlas” con ella hasta
que llegue el momento de la despedida y volváis a encontraros un tiempo
después. La inspiración es mágica y siempre hay que recibirla con un fuerte
abrazo y no dejarla marchar hasta que se termine la interacción entre ambos.
Sólo me queda dar las gracias por cada visita suya que recibo, que me deja con una sonrisa durante todo el día.
Aqua.