miércoles, 22 de febrero de 2012

"No quiero perderte nunca más".

Todo estaba oscuro. Estaba asustada. No podía moverme. Poco a poco, unos pasos se escuchaban más y más cerca. Intenté liberarme, pero mis muñecas estaban fuertemente atadas con una gruesa cuerda. Dejé de forcejear, me estaba haciendo daño; de hecho, incluso sangraba. De pronto, los pasos se detuvieron y me quedé completamente quieta. Una intensa luz me cegó. Llevaba días sumida en la oscuridad y apenas recordaba el calor del sol que en aquel instante me acariciaba las mejillas. Era una sensación agradable. Entrecerré los ojos para poder identificar con exactitud la silueta que me había encontrado: era un chico algo más mayor que yo, de pelo largo oscuro y de ojos resplandecientes del color de la miel. Esbozó una sonrisa al verme. Cortó las cuerdas con precisión utilizando una pequeña navaja que sacó de su bolsillo. Me tendió la mano sin vacilar mientras seguía sonriendo. Le tomé la mano y débilmente me levanté del suelo. Me apoyó sobre él y salimos juntos por aquella puerta de color azul que, aún llevando tanto tiempo encerrada, no había distinguido qué color era. 

Pronto descubrí dónde nos encontrábamos. Estábamos en la feria de los libros, unos pequeños y antiguos puestos que se ponían cada semana en una gran cuesta que había cerca del centro de la ciudad. 

Él no dejaba de preguntarme si yo estaba bien. Su voz me era familiar. Me confesó que llevaba semanas buscándome, siguiendo falsas pistas que cada vez le alejaban más y más de mí. Estuvo a punto de rendirse cuando recordó nuestro lugar especial: aquella calle de los libros donde nos vimos por primera vez. Me abrazó, volvió a repetirme lo mucho que me había echado en falta. 

Su olor también me resultaba extrañamente conocido y, sin darme cuenta, hundí mi rostro en su pecho. Me tomó la cara con las manos y me acercó a él. Lo tuve tan cerca que nuestros labios se fundieron en un beso. Nos besamos despacio, disfrutando de aquel reencuentro. Me abrazó de nuevo con fuerza y el viento me trajo un leve susurro que salía de sus labios: <<Te quiero>>. Suspiró, parecía aliviado. De nuevo, una frase llegó a mis oídos: <<No quiero perderte nunca más>>.

Nos quedamos sumidos en un abrazo, como si el tiempo no fuese tiempo, como si nada importase salvo nosotros, como si el mundo se hubiese parado para que disfrutásemos del momento.





Aqua.

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