miércoles, 23 de noviembre de 2011

Feliz día de Navidad.

Recorrí cada rincón de la habitación con los ojos. Dos cadáveres en el suelo con el rostro pálido miraban al techo aún con la imagen del pánico en sus pupilas. Las paredes estaban pintadas con sangre, los muebles destrozados, el suelo rasgado y manchado, y una joven me miraba desde la pared. Me acerqué y contemplé en su mirada. Tenía la mirada perdida, enloquecida, pero había saciado su sed de sangre. Era mi reflejo.

Desgraciadamente, las voces de mi cabeza no se callaban. "Como de costumbre", pensé. Me fijé  en mis manos. Era obvio que aquello había sido obra mía. Incluso me atreví a calificarlo como arte.  Comencé a escuchar una serie de ruidos provenientes de la puerta. Seguramente sería algún vecino curioso y preocupado por el estruendo de la pelea. Mi mano topó con el mechero de mi bolsillo. Las voces repetían una y otra vez lo mismo. Por experiencias anteriores, sabía que no callarían si no hacía lo que me pedían. Reparé en un pequeño mueble-bar de esos antiguos, de los que sólo existían en las películas. La madera estaba salpicada con pequeñas gotas rojas. Me agaché y, tirando de uno de los pequeños picaportes descuidados de la puertecilla, lo abrí lentamente.Cogí tanto alcohol como me cupo en los brazos. Me dispuse a rodear la sala con todas las botellas excepto una. Al menos, podría conservar un buen recuerdo. Era un vino francés.

Caminé hasta la ventana y coloqué los pies en el borde. Volví la cabeza hacia el interior. Empezaba a oler a putrefacción y las voces no dejaban de quejarse. Así que decidí ceder a ellas con más gusto del que lo había hecho nunca. Arrojé mi mechero encendido al suelo. El alcohol prendió rápidamente y pronto la habitación se hubo transformado en un bosque de humo y llamas. El fuego bailaba al son de las melodías de mi cabeza. Al fin lo había conseguido. "No, lo hemos conseguido", me corregí a mí misma.

Apoyé las manos en el cristal para no caerme y contemplé el exterior. Era invierno y yo sólo estaba cubierta con una camisa teñida por el rojo de la sangre. El frío irrumpió contra mi pecho adueñándose de cada uno de los rincones de mi alma. La pureza del ambiente me llenó los pulmones. Era una sensación muy grata. De pronto, comenzó a nevar. Nunca antes había reparado en lo lento que caían los copos de nieve ni en lo hermosos que eran. Me permití estirar las manos para formar un cuenco. Poco a poco, mi mano se fue llenando con la nieve, que se fundía en uno con la sangre. Volví la vista una vez más. Las llamas seguían vivas, pero no había rastro del humo. No pude evitar esbozar una sonrisa. De las de verdad, de las que da gusto sonreír. ¿No es una buena forma de recibir el día de Navidad?





Aqua.